domingo, 22 de marzo de 2009

Gran Torino




Clint Eastwood no defrauda con su nueva película. Gran Torino es la historia de un viejo coche encerrado en un garaje, ensimismado en su mundo, con una fachada reluciente y con una vieja pieza transversal en su interior que lo hacen único.

La historia está ubicada en cualquier lugar de EEUU. Los viejos barrios periféricos de clase media, testigos del esplendor económico y del desarrollo de las décadas anteriores, se han convertido en suburbios de inmigrantes donde se juntan razas y colores, donde chocan las culturas, donde no existe el mestizaje sino las pequeñas colonias y los clanes. En ese ambiente marginal y en ese contexto de decadencia se ancla el protagonista, Walt Kowalski, un viejo veterano de Corea, un Gran Torino que no sale de su garaje nada más que para ir al barbero.

Lo que realmente gusta de esta historia son los paralelismos que Eastwood, como director, establece. Paralelismos entre el chico y él, paralelismos entre él y su viejo Gran Torino, y paralelismos entre las religiones y culturas.

La historia comienza con el entierro de la mujer de Kowalski. Aunque, en ningún momento se hace referencia a la mujer, podemos intuir que era la única persona que conectó con Kolwaski por dos momentos de la película: cuando el sacerdote le dice que ella quiere que él se confiese, y cuando él recuerda a su esposa como su gran logro, como “la mujer más maravillosa del mundo”. Esa pérdida, ese entierro, parece enfatizar el sentimiento de soledad que rodea al protagonista. Tal vez ella fuese la única que hubiese visto la angustia de su marido tras esa fachada de hombre rudo; sabía que escondía una culpa en su interior que le martirizaba y le forjaba su carácter arisco (sin duda, un auténtico reflejo de la culpa heideggeriana). Una culpa, desconocida en principio, a la que se intenta dar respuesta a través de los mecanismos de la sociedad, como con el perdón cristiano tras la confesión. La soledad del protagonista tras la pérdida de su mujer y una familia que le desconoce por completo, marcan el inicio de la película. Soledad e incomprensión también reflejadas en el adolescente de origen chino, que tiene por vecino. Lo viejo y lo nuevo se mezclan en esta historia bajo ese punto de inflexión.

Thao es un crío que intenta huir del destino que le deviene. Tal cual dice su hermana: “Las chicas van a la universidad, y los chicos a la cárcel”. Su primo es el líder de una pandilla callejera que quiere que Thao siga sus pasos, aunque él se niega. Como en todas las culturas y religiones hay un ritual de aceptación ante la tribu; en este caso no se trata de una comunión, si no de robar el Gran Torino de Kolwaski. Nadie toca el Gran Torino. Sin embargo, bajo la metáfora del coche, vemos como Kolwaski va permitiendo que el muchacho se acerque a su interior, como él va aliviando su dolor.

La férrea tradición de ambas culturas, la del veterano, y la de los hmong(tribu a la que pertenecen sus vecinos), hace que toda la película se desenvuelva en un aprendizaje y tolerancia. Y es que la intransigencia, la salvación y el destino, son los factores comunes que hilvanan toda la historia. La intransigencia se refleja no sólo en el viejo veterano de guerra que no admite a sus vecinos, si no en los clanes raciales que se establecen en el barrio. Todos ellos fruto de las circunstancias, y todos ellos, aunque de diferente naturaleza, comparten la misma esencia. Esa mezcla de culturas, y el choque de todas ellas, recuerdan el contenido social de la película como una crítica al enfrentamiento de culturas, a la marginalidad y xenofobia que se genera en la sociedad actual. Choque y tolerancia de tradiciones que se ven reflejados perfectamente en secuencias como la de la fiesta en la que Kowalski finalmente acepta ir, como escapatoria a sus soledad y primer acercamiento a sus vecinos.

El interior de Walt Kowalski es también un continuo choque. Considerado un héroe por sus vecinos tras proteger a Thao de su primo, él se siente en deuda con ellos, con su cultura. La guerra de Corea, y una medalla al honor, le recuerda constantemente su culpa. Tal vez por ello mismo se forja la amistad entre los dos personajes. Una relación, que supone la salvación de ambos. Kowalski se convierte en un referente para el muchacho: le ayuda a madurar e intenta que el muchacho salga adelante por sus propios méritos, por su trabajo y por su esfuerzo y le protege del destino que le marca su familia (que al igual que él, está completamente incomprendido por los más cercanos); y Thao le aporta la paz interior y el perdón.


Cabe destacar la estética realista de la película, enfatizada por las localizaciones marginales y los días nubosos. Perfectamente dirigida, la película se desarrolla con la agilidad suficiente y el ritmo adecuado para desentramar este drama social. El final de la historia supone un broche agridulce, a la relación entre ambos protagonistas. Eastwood, como siempre, deslumbra en su interpretación. Ocupa de nuevo la pantalla con esos rasgos duros y serenos. Un personaje que bajo su ironía y su aparente antipatía, es admirable.

Un gran Torino, un viejo coche americano heredado por un joven hmong.